Este lunes 14 de diciembre, distintas organizaciones del campo de la cultura independiente de la Ciudad de Buenos Aires convocaron a una conferencia de prensa a las 10 de la mañana en el Espacio Planta, ubicado al sur de la Ciudad.
Entre las principales cuestiones plantearon la dificultad para encontrar un esquema de sostenibilidad del sector después de un largo período de estancamiento, en el que hubo que funcionar al 30% de la capacidad y afrontar inversiones muy por encima de sus capacidades para readecuar las estructuras de las salas o reconfigurar lo presencial a lo virtual.
Los rostros detrás de esa mesa mostraban una conformación heterogénea e interseccional como pocas. Quienes frecuentan salas, centros culturales y espacios comunales saben que se trata de ámbitos en los que no hay derecho de admisión para quienes crean ni para quienes viven las experiencias que la cultura independiente propone.
Las personas que sostienen dichas actividades lo realizan con el esfuerzo cotidiano de su trabajo, y tienen responsabilidades fiscales, económicas, familiares y comunales como toda la ciudadanía. Y también, como el resto, tienen derechos. Entre ellos, al trabajo.
Donde hay una sala y un centro cultural aumenta la circulación de artistas y vecines de distintos barrios, las veredas se iluminan, y tanto pibes de la esquina, intelectuales y niñes y viejes cuentan con un espacio que les encuentra.
Asimismo, el sector cultural posee características particulares. Sus producciones o servicios como bienes poseen un doble valor económico y social, de reproducción simbólica e ideológica. Sobre esta cualidad, Juan Benbassat, de GETI (Grupos Estables Teatro Independiente), resaltó en la conferencia: “A lo largo de los años venimos desarrollando un camino, un lenguaje y una participación social en pos de construir nuevas líneas de pensamiento crítico”.
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