Sabrina Cassini (*)
En los últimos meses, nuestro país y el mundo entero se están viendo interpelados por este estado de emergencia que resulta ser la primera pandemia del siglo XXI. Sin duda, estamos inmersxs en una época de transformación que está sucediendo -en tiempo presente-.
La casa, para aquellxs privilegiadxs que tenemos techo, comida, lavandina, tecnología, ancho de banda, y que no nos vemos expuestxs a sufrir violencia dentro de nuestros hogares, se nos presenta como el retorno a la seguridad, en contraste con el afuera, donde la desolación e incertidumbre deambulan en forma de vacío.
A partir de la transformación de los universos simbólicos y materiales que está padeciendo la vida cotidiana, es decir las formas de habitar los espacios, la percepción del tiempo y la distancia social, se observa que las sensibilidades, hábitos y prácticas se están poniendo en tensión en algunos casos y resignificándose en otros. Estamos frente a un cambio sin precedentes en el mundo contemporáneo. Es posible que la circulación de personas y la globalización cambien tal como la hemos conocido. Algunxs hablan ya de desglobalización y ciberseguridad. La desigualdad digital atañe al 24% de la población mundial, que es considerada analfabeta digital. En nuestro país, ¿cuál será la brecha de esta diferencia social? Una vez más, quienes tienen mayor capacidad económica, acceden a más oferta cultural. Entonces, ¿ya no estamos en la sociedad de multiculturalismo, sino de hiperculturalidad e hipervínculos?
Adelanto que este artículo tiene más preguntas que respuestas, ya que aún estamos en el ojo de la tormenta, por lo cual las certezas no son posibles, sino sólo esbozos de hipótesis. A grandes rasgos, les cuento que intentaré poner en cuestión dos grandes inquietudes: ¿cuál es el comportamiento que están teniendo los públicos culturales en tiempo de distanciamiento social? ¿Qué configuración de los públicos habrá a medida que salgamos del estado de confinamiento social?
Ante la primera pregunta, hay estudios circulando en las redes que dan cuenta de cuáles son algunos de los comportamientos de las prácticas artístico culturales por parte de los públicos. Los mismos detallan la cantidad de horas en streaming que pasamos por dia, cuánto tiempo promedio duramos en la pantalla mirando un video, cuánto subió la demanda de Netflix, las descargas de apps, etc. Hasta Alberto Fernández, nuestro presidente, hace alusión a que la cultura y el arte son un refugio en este confinamiento. Pero ¿cómo es vivido este “auge” de los “consumos” culturales desde los diversos subsectores del mundo artístico autogestivo? Si bien muchxs artistas están realizando diversas acciones, para mostrar sus producciones de manera virtual, es muy difícil que tengan rédito económico. En este fenómeno de la digitalización de la cultura, paradójicamente, es cuando más se ha desfinanciado/pauperizado el sector. Por lo cual, en caso de que las plataformas digitales continúen, es necesario pensar los modos de monetizar la actividad.
Se observa que, si bien las producciones artístico culturales son identificadas como un acompañamiento, refugio simbólico en este encierro, sus trabajadores están en grandes dificultades socioeconómicas. En este contexto de pandemia, queda al descubierto la tensión entre el sector cultural como el capital del “aguante” social, y la expansión de la precarización las personas que se dedican a este quehacer. Dado que el sector cultural autogestivo es una comunidad, si lxs integrantes están mal, el sector en su conjunto se verá afectado. Es por ello que se hace necesario buscar una salida para que lxs trabajadorxs culturales, espacios, festivales y proyectos prevalezcan.
Ahora bien, ¿qué es lo que sucede desde la perspectiva de los públicos? ¿Qué comportamientos adoptaron y cómo fueron variando a lo largo de la cuarenta? ¿Que pasará de ahora en más? ¿Cuánto quedará de las nuevas formas y formatos que están surgiendo en época de pandemia? ¿Cuántos de estos cursos online quedarán? ¿Perdurarán? ¿O tantos zooms pandémicos nos harán tener el impulso de no resistirnos al encuentro de los cuerpos, compartiendo en el mismo espacios? Desde el lugar del espectadorx, compartir una función de teatro en una sala no es sólo experimentar en convivio escénico, sino que también es compartir un silencio con otrxs, como al momento que bajan las luces justo antes de la primera acción.
Si bien ya veníamos con una tendencia significativa en el uso de las plataformas tecnológicas, estas transformaciones en el modo de producción y recepción se hacen más evidentes. Ahora hay un intercambio virtual diario y, por contingencia, una predisposición positiva por parte del público. ¿Lo virtual reemplazará lo presencial? Esto es debate del mundo de lxs artistas. En las primeras semanas, se expuso la necesidad de interacción entre las personas, con Tik Tok se acelera este idea de prosumidor, hay una oferta permanente 24×7, pero no hay un consumo de igual proporción. ¿Cuál y quién es el público que se conecta, quién ve tantos vivos, tantas lecturas, tantas obras grabadas, tantos libros liberados? Se sugiere a priori que serían los públicos más fieles, los que ya estaban, pero junto a este, me atrevería a decir que es posible que un público nuevo se esté acercando. El público potencial. Entonces, después de esto, ¿vamos a tener nuevos públicos? ¿Cómo se reactualizan las prácticas sociales? ¿Cómo son los consumos culturales en épocas de confinamiento? ¿Qué tipo de prácticas y “consumos” culturales se realizaron en estos últimos meses? ¿Cómo es el uso del tiempo? A primera vista, podemos observar que venimos de la cultura de la imagen y vamos hacia la cultura del confort. La proactividad en tensión constante con la procrastinación. En este contexto, ¿dónde está puesto el valor? ¿Se pueden observar nuevas construcciones simbólicas? ¿Cuáles son las nuevas conductas y hábitos culturales que estamos incorporando y qué de esto perdurará en el tiempo? A futuro, ¿cómo se recupera el vínculo con lxs públicos, cómo retomar la presencia y la confianza en el espacio, en la proximidad del espacio con un otrx?
Dado que es la primera vez en la historia que todos los espacios culturales están cerrados a la vez, se observa que surgen nuevos modos de producción y de ser públicos. Así también, nuevas tensiones como el “consumo” versus la participación. ¿Habrá entonces que redefinir lo que es participación? La participación se pensaba como asistir, ¿será resignificada por aplicar, por involucrarse en el proceso o, incluso, en la toma de decisiones de la programación? ¿Cuál será el alcance de la implicación de los públicos? El acceso digital corre riesgo de hacer/ser un híbrido en la sobre oferta del consumo. Las colaboraciones que van surgiendo, probablemente, sean claves para lo que viene. Los públicos, ¿seguirán disponibles después del confinamiento? ¿Será esta, tal vez, una oportunidad de crear nuevos públicos?
Aparece en diversas conversaciones entre especialistas (de las que abundan estos días y de las que soy público habitual) la cuestión y actualización de la base de datos por los algoritmos de recomendación. ¿Cómo sería articular con algoritmos? Otro tema que aparece en estos debates es la tensión entre lo público y privado. Si publicás contenido en YouTube, ¿es público o privado? Y a su vez, esta pregunta nos lleva a quién le pertenece el arte.
Retomo esta impresión de cercanía de lxs ciudadanxs con el arte, en tiempos de pandemia, los diversos formatos que surgen (fiestas en Instagram, el fenómeno de Tik Tok, el arte culinario, la liberación de películas, registros de obras de teatro, libros), sumados a la producción realizada en contexto de pandemia y me pregunto, ¿se podría hablar de una estética de la pandemia? Sería algo así como la estética de la intimidad, del hogar; registros caseros, muchos videos hechos con celulares, recitales online, etc. Y, ¿qué tipos de sensibilidades, generadas por dichas obras, fueron refugio de los confinados? ¿Se sabe cómo fue ese comportamiento, qué temáticas, poéticas y estéticas fueron las elegidas y por quiénes? En términos emocionales, ¿cómo es el intercambio que se dio entre los públicos y las obras, eventos, etc?
Mi hipótesis es que más allá de las desventajas económicas y de la desconfianza de aproximación que nos dejará esta pandemia, hay un haz de posibilidad de ampliar los públicos; y que esto suceda a partir de la cercanía que se está dando entre lxs artistas y las producciones artístico culturales. En dicho encuentro, la cultura y el arte surgen en contexto de pandemia como un valor de “aguante”, de sostén y refugio para distraerse, emocionarse, imaginar. Es posible que con este “consumo” masivo y virtual se haya despertado la curiosidad y den ganas, una vez terminada la pandemia, de acercarnos a ver a les artistas que descubrimos, a les humoristas que tanto nos divirtió o queramos asistir a ese festival online que tanta compañía nos hizo. Será un desafío del sector (en medio del desafío mayor de sobrevivir) generar estrategias para hacer que esos públicos pandémicos no se pierdan.
Hago el ejercicio de pensar qué cosas sí pueden quedar de la cuarentena, para seguirlas potenciando, de modo que provean de ingresos al sector. Por ejemplo, un recital por streaming es un formato que permitirá, más allá de la distancia geográfica, acceder a un vivo desde la intimidad de las casas.
También es posible que las clases virtuales continuen. La formación artística, ¿podrá adaptarse a la tecnología? ¿Habrá, post pandemia, un público que prefiera las plataformas digitales para tomar clases? Continuar con estas prácticas permitiría, por ejemplo, que personas de diversas distancias geográfica compartan una clase.
¿Cómo se va a diseñar la vuelta de los públicos? Podemos mirar cómo van retomando las actividades algunas ciudades y cuáles son las formas adoptadas en estos intentos de reapertura. Como el circo en estadios, donde los públicos concurren y observan desde adentro de los autos (el autocine, reversionado en tiempos de pandemia). O también, algunas fiestas electrónicas con cuadrículas entre lxs participantes; teatros con distancia entre las butacas, meticulosamente colocadas para dos o tres espectadores, máximo, de cercanía. Pero, cuánto tiempo puede mantenerse un espacio reduciendo sus aforos/localidades? ¿Quiénes podrán acceder a ellos? ¿Cuán elitista se volverá la cultura en vivo, debido a la suma de los costos?
¿Cuáles de las estrategias que teníamos seguirán funcionado y qué otras tendremos que adoptar?
Pensar la cuestión de los públicos, audiencias y comunidades culturales en este contexto es, como mínimo, un desafío complejo, porque todas las pequeñas certezas que podíamos tener antes de la pandemia se ven cuestionadas. Todo va a ser un poco diferente y todo va a permanecer igual también. Estamos ante un presente donde no hay certezas. Seguramente será necesario realizar campañas que fomenten la confianza, para que los públicos vuelvan a ser presenciales, y para esto será imprescindible la ayuda del Estado. No podemos anticipar qué pasará, pero sí podemos darnos lugar a reflexiones conjuntas y buscar salidas colectivas.
(*) Sabrina Cassini (1980/CABA) es socióloga (UBA), gestora cultural y artista escénica.
Desde el 2017 trabaja como Subdirectora a cargo del Elenco de Danza Teatro, de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Córdoba, cargo concursado.
Como socióloga se especializa en públicos culturales y producción cultural emergente, habiendo realizado investigaciones independientes como así también para los Ministerios de Cultura de Nación (SInCA) y de la Ciudad de Buenos Aires (Data cultura). También es investigadora del espacio IIAC-UNTREF y adscripta en la cátedra de Metodología de la Investigación Social II (cualitativa), Sociales-UNC.
Participó en tareas de programación, producción y gestión en el Club Cultural Matienzo desde su fundación, principalmente en el área de Artes Escénicas. Desde hace diez años, participa en la organización cultural ESCENA (Espacios Escénicos Autónomos) red Salas de CABA.
Se desempeñó como directora del Instituto PROTEATRO, CABA.
Hermosa tu mirada del tema Sabrina! Yo me imagino el después…a los artistas, de espectadores y todos nosotros llenando los escenarios cantando, bailando, actuando para contar las increíbles historias, momentos y sentimientos generados por el encierro y el miedo. Una forma de resignificar los roles, pero no reemplazando a los artistas, sino tomando como una metáfora sobre la necesidad de contarles a otros lo que sentimos en este tiempo de silencio obligados por el encierro. La necesidad de la dulce empatía, del cara a cara, de unir cuerpos y abrazos. Lo virtual ha sido circunstancial. Nos ha servido para no interrumpir nuestros vínculos. Los espacios culturales, como las expresiones artísticas. Deben llenarse nuevamente de un nosotros, de un todo social. Necesitamos ver y también poder sentirnos, tocarnos socialmente. El distanciamiento sólo está siendo un mal sueño. Morigerado y mediatizado por la ayuda de las nuevas tecnologías.
Me parece un articulo excelente.
Me encantó el enfoque q le diste.. sos grosa¡